Palabras de mimo

Aquella mañana estaba colocado en un lado de la plaza, a la salida de una de las calles de mayor afluencia.
Podría decirse que se trataba de un ser metálico a no ser por la piel que la pintura dejaba entrever por debajo de las orejas.
El grupo de niños, acompañado por su profesor, que lo rodeaba estallaba en sonoras carcajadas.
Un niño rubio de unos 11 años pasaba repetidamente un billete de 50 zlotys por delante de la nariz del mimo sin que el dinero tuviera como destino el sombrero de las propinas, aunque este fiel a su actuación parecía no inmutarse.
Pasados unos minutos otro niño se decidió a realizar la misma actuación ante el éxito cosechado entre sus compañeros.
Los ojos de aquel ser metálico parecieron empañarse y la pintura era ya incapaz de disimular su furia contenida.
Así fue como el mimo rompió su silencio. De su boca, de dentadura incompleta, brotarón palabras en un idioma que no hacía falta entender para comprender su significado.
Una vez terminado se dirigió calle abajo buscando un lugar más comprensivo y allí quedó el olor de la vergüenza del comportamiento humano frente a sus semejantes.