La cita

Le había prometido que no faltaría a la cita.
Y ahí estaba él, conduciendo en medio de la noche en una carretera solitaria. Ya llevaba unos cuantos kilómetros y el cansancio se iba acumulando, pero no tenía mucho tiempo, las reuniones de trabajo esta vez le habían retrasado más de lo previsto.
En la radio repasaban éxitos del año que acababa y eso le llevó a pensar durante unos instantes en los hechos importantes sucedidos en su vida.

De repente un túnel de niebla lo envolvió y tuvo que reducir la velocidad.
Minutos más tarde la niebla iba en aumento, las luces largas le presentaban un muro infranqueable de luz blanca que le reflejaba, sería mejor ir en cortas.
Ahora circulaba a menos de 60 km/h ya que en esas condiciones sus reflejos se veían muy mermados.
Miró el reloj, faltaba una hora escasa, poco tiempo para cubrir los 100 km que le quedaban. Solo cabía esperar que el banco de niebla acabara y poder aligerar su marcha.

En el teléfono recibía mensajes, miró la pantalla con cuidado, eran felicitaciones de año nuevo. Esa mañana leía en el periódico el importante negocio que suponía a las empresas de telefonía las felicitaciones de año nuevo, unos 100 millones de euros, ¡que cantidad de buenas intenciones en circulares expresadas a modo de perfecto marketing publicitario!

Por un momento se le había olvidado que hace 3 meses había quedado encontrarse con ella al lado de la torre en el momento de sonar las campanadas.

Por mucho que intentaba concentrarse era inútil, no se veía casi nada, los pueblos a su paso tenían un aspecto fantasmal y no conseguía aumentar la velocidad sin correr el riesgo de salirse en alguna curva.
Decidió parar un momento para llamar, no cogían, escribió un mensaje pero las líneas estaban saturadas, miles de sms sin rostro obstaculizaban un momento que había esperado tanto tiempo. El pensamiento de no llegar le angustió profundamente pero tenía que seguir concentrado en la carretera.

Por fin la niebla pareció remitir, pero ya no podía llegar a tiempo, decidió volver a llamar aunque seguían sin cogerlo.
Su animó parecía decaer a cada tono...

Con una hora de retraso se presentaba bajo la torre. La vió sentada, sola, casi acurrucada.
Al verlo ella tan azorado esbozó una sonrisa sincera y le dio un beso que le devolvió el calor a su cuerpo. A continuación le susurro al oído: ¡Feliz año, recuerda siempre que soy mujer de una sola oportunidad!

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